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Las 4 bombas termonucleares del tipo B-28 o Mark 28-perdidas en Palomares- tenían una capacidad destructiva de 1.5 megatones; (75 veces más potentes que las lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki). Pasó lo menos que pudo pasar
El 17 de enero de 1966 amaneció con cielo azul, mar picado y fuertes rachas de viento. El sol del invierno apenas calentaba el desierto de Almería. A las 9.22 horas de la mañana cuatro aviones militares se divisan desde el pueblo de Palomares (Almería) como tantas otras veces desde el comienzo de la llamada Guerra Fría. Pero ese día algo era diferente.
Un B-52 de las fuerzas aéreas de los EEUU, proveniente de la base Seymour Johnson (Carolina del Norte, EEUU), que portaba al menos cuatro, y puede que cinco, bombas termonucleares del tipo B-28 -o Mark 28- con una capacidad destructiva de 1.5 megatones; (75 veces más potentes que las lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki) colisionó a 30.000 pies de altura con un avión nodriza KC135 proveniente de la base americana de Morón de la Frontera mientras realizaban una maniobra de repostaje de combustible en vuelo. (Eran dos B-52-denominados Tea 12 y Troubadour 14- cargados con cuatro bombas termonucleares cada uno, pero uno de ellos llegó ocho minutos antes de lo previsto y chocó con su nodriza). Ambos aviones se desintegraron instantáneamente y cayeron en llamas entre la tierra y el mar. Los 4 miembros de la tripulación del KC135 murieron en el acto mientras que 4 de los 7 tripulantes del B52 pudieron salvarse, saltando en paracaídas.
Las cuatro bombas termonucleares -mezcladas con una lluvia de pedazos de los fuselaje de ambos aviones, en llamas, tras empaparse del combustible derramado por la aeronave nodriza, cayeron sobre ese pequeño pueblo de Palomares. Ninguna de las bombas estalló y ni uno sólo de los pedazos ardientes de los aviones causó daño alguno.
Castro Navarro, un agricultor de tomates, contempló una tremenda explosión en el nítido cielo azul seguido de una lluvia roja y negra producida por el carburante en llamas del avión cisterna. No es el único testigo, muchos otros habitantes estaban acostumbrados a ver como los aviones repostaban desde el aire -una operación habitual sobre el cielo de Palomares. "Densas nubes de humo emergían de los dos aviones mientras caían en picado esparciendo restos ardiendo en una amplia zona".
Grandes pedazos de metal incandescente, algunos tan grandes como una casa del pueblo, se precipitaron con enorme violencia sobre el suelo, según una crónica publicada días más tarde en el New York Times. Tad Szulc, cronista del New York Times, escribiría más tarde un libro sobre las bombas de Palomares
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Como resultado de la colisión, los cuatro tripulantes del avión cisterna que estalla en llamas en pleno vuelo murieron en el acto, y de los siete miembros de los en los bombarderos B-52, cuatro sobrevivieron, según hemos dicho. Pero ni la Guardia Civil ni los habitantes de Palomares sabían nada aún sobre el peligro de las bombas.
Una de ellas cayó en el mar provocando una masiva operación de búsqueda y rescate en medio del más absoluto secretismo impuesto por el Pentágono y la dictadura de Franco.
La primera bomba se localizó hacia el final de la tarde tras el aviso de un guardia civil, a unos 270 metros de la playa. El paracaídas que llevaba para amortiguar la caída está abierto y la bomba parece intacta; los tests de radiación dan negativo. Ya a la mañana siguiente se encontró la segunda bomba en un cráter de seis metros de diámetro y dos de profundidad; evidentemente, el explosivo convencional ha sido detonado liberando su contenido radiactivo, compuesto principalmente por plutonio y americio, y creando una nube radiactiva que se esparció sobre unas 226 hectáreas de terreno, debido al viento reinante. Este área incluía la población de Palomares y sus habitantes. Los científicos hablan de una "presencia significativa de contaminación alfa en el área". Una hora más tarde se encontró en los límites del pueblo la tercera bomba, que como la anterior, también había explotado, dejando escapar radiación producida por el plutonio.
El daño no es catastrófico pero sí importante; la secuencia de detonación necesaria para conseguir la reacción nuclear se había evitado, pero las explosiones convencionales han liberado plutonio -y quizás parte de uranio- y por tanto, radiación de partículas alfa. De las tres partículas que emiten estas bombas termonucleares, las alfa, beta y gamma, las primeras son las menos peligrosas ya que permanecen prácticamente estáticas -como una nube de polvo- y no pueden atravesar la piel. No obstante, pueden ser inhaladas -la forma más peligrosa- o ser ingeridas al estar presentes en los alimentos. En cualquier caso, los riesgos de estar en contacto con altas concentraciones incluyen posibles efectos cancerígenos sobre el organismo. En ese momento se consideró que era difícil que la gente hubiera recibido directamente la radiación, pero la tierra, la vegetación y variados cultivos están con toda seguridad contaminados. Las tres primeras bombas se habían recuperado pero, la cuarta sigue sin aparecer por la noche del día 18. El equipo de rastreo comienza a barajar al día siguiente que haya podido caer al mar. Un pescador llamado Francisco Simo y Ort, más tarde conocido como Paco el de la Bomba, asegura haber visto un cuarto paracaídas -además de los de los tres pilotos- cayendo al mar con lo que parece ser "un medio hombre" y que no era sino la cuarta bomba. Aunque el equipo que rastreaba por tierra no abandonó la búsqueda, hasta principios de febrero, se cree casi seguro que la bomba termonuclear que falta se ha perdido en el mediterráneo.
Mentiras arriesgadas. A esas alturas el enorme trasiego de militares, los equipos antirradiación, las máscaras, los trajes y el significativo cordón de seguridad en toda la zona, convencieron a la prensa que se trata de un accidente en el que están involucradas bombas nucleares. Hasta ese momento la única comunicación oficial ofrecida por las autoridades de EEUU fue la del día 17 en la que sólo se hablaba de los dos aviones colisionados, y en la que se aseguraba que los militares desplazados son un equipo de investigación de la fuerzas aéreas de EEUU, sin embargo, todas las medidas tomadas parecen formar un inmenso cartel que diga "Riesgo Nuclear en la Zona".
Cuando en la base de Torrejón el general Delmar Wilson, jefe al mando de la 16ª fuerza aérea en España, recibió a las 10:40 noticias del accidente, comprendió rápidamente la magnitud de la catástrofe y tras avisar a Washington y a sus superiores del Mando Estratégico Aéreo en Omaha, Nebraska, (Strategic Air Command). El SAC, máximo organismo responsable de la misión de los bombarderos en España salió a toda velocidad hacia la cercana base de San Javier en Murcia para visitar cuanto antes el lugar del accidente y valorar la situación. Su repentina marcha de la base de Madrid fue una de las razones clave por la que la prensa española sospechó en los días siguientes que no se trataba de un simple accidente aéreo( en España “incidente“), si no de algo más grave. La noticia también le llegó al General Stanley Donovan, jefe de todas las operaciones militares conjuntas entre EEUU y España, que fue el que avisó a su vez al general Muñoz Grandes, vicepresidente del Gobierno (Exjefe de la División Azul Española, de Hitler en Rusia en 1945), de que había habido un accidente en el que están involucradas armas nucleares.
Se han cumplido 50 años de aquel accidente. Hace medio siglo, el 17 de enero de 1966 Lyndon. B. Johnson, presidente de Estados Unidos, activó el protocolo de seguridad al enterarse del desastre de Palomares. La posibilidad de un desastre nuclear marcó el distanciamiento de la presidencia de EEUU del Gobierno español. La inmediata orden telefónica dirigida a las siete de la mañana, del 9 de febrero de 1968. hora de Washington, a los secretarios de Estado y de Defensa -Dean Rusk y Robert Mcnamara respectivamente- ilustraba la preocupación de la Casa Blanca ante lo que las fuerzas aéreas norteamericanas denominaron en clave 'Broken Arrow' -Flecha Rota.
Según el memorandum de la Casa Blanca: "Dos de los artefactos nucleares que transportaba el B-52 estrellado ayer en España sufrieron la detonación del explosivo convencional (en su mayor parte TNT o trinitrotolueno), que sirven para accionar la bomba pero que no produjeron una reacción nuclear, pero esa primera detonación convencional es un riesgo potencial de radiaciones". La embarazosa información del día 18, admitiendo la posibilidad de un desastre nuclear marcó el inicio de la política del apagón informativo, el definitivo distanciamiento de la presidencia de EEUU -que jamás cambiará con el gobierno español una sola palabra sobre el siniestro- y la subordinación del Gobierno español a las autoridades militares de EEUU en las labores de desescombro, rescate de armas nucleares y limpieza radioactiva. Además, la prensa, controlada por el Régimen, se acomodó dócilmente al secretismo que imponían los norteamericanos y sólo publicarían tímidas y tranquilizadoras noticias, siempre a remolque de las revelaciones de la crítica prensa extranjera.
El Periódico de Catalunya el 22 de enero de 2012, domingo, publicó un reportajemuy interesante del que resumimos algunos párrafos
Exactamente 4 años después del accidente nuclear de Palomares, algunos periodistas asistieron el 8 de marzo de 1966 al show protagonizado por el embajador norteamericano en España, Angier Biddle Duke, y el ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, que anunciaron se iban a zambullir en las aguas de Palomares para demostrar que el peligro de radiactividad era imaginario.
Una vez más, los políticos creyeron que una imagen al valer mil palabras podía enmascarar la realidad. Y lo hicieron. La iniciativa del baño de Fraga y el embajador, partió de Carlos Sentís, entonces gran jefe de la agencia EFE, y no fue el único intento de ocultar la verdadera importancia de los efectos radiactivas de las bombas 2-3 y 4.
Pero surgió un hecho no programado: la actriz norteamericana Ann Baxter que se encontraba en Almería rodando la película “Las 7 magnificas”, pidió a Fraga permiso para que el baño fuera a tres. Y el ministro de Información y Turismo de España, no puso inconveniente pero el embajador norteamericano se negó de plano, pues pensó que la noticia no caería bien en el Alto Mando ni en la Casa Blanca con un presidente confuso e indignado por los peligros de una guerra atómica por accidente. ¿Una actriz de moda tomando un baño con el ministro y el embajador?, sería un ridículo y se pidió a Ann Baxter no interferir...pero el proyecto original tuvo aun otra variación, que nadie ha publicado. Manuel Fraga Iribarne, se presentó en las playas de Palomares junto con el embajador de los Estados Unidos en España, Angier Biddle Duke, dispuestos a tomar un baño en la playa de Quitapellejos, Palomares. El baño de Fraga que quiso engañar a toda Europa y EE.UU y no sirvió para nada.
Pero el ministro y el embajador jamás se bañaron en la playa de Quitapellejos en el mismo Palomares, sino que un coche oficial les llevó a la playa de Mojacar, a unos 17 kilómetros de distancia, situada en Cuevas de Almanzora, siempre en la Costa de Almería.
Allí se desvistieron un el Hotel Best Indalo, que probablemente existe todavía, se pusieron su “meyba” y se bañaron rodeados de los fotógrafos de rigor.
Las dos playas son parecidas en extensión (1.200 metros de longitud y 40 metros de ancho). La de Palomares (Quitapellejos) no tiene edificios detrás, en cambio la de Mojácar tiene hoteles muy blancos y un paseo marítimo muy poblado. La arena está principalmente compuesta por grava y arena dorada. El estado habitual de la mar es oleaje moderado.
Anne Baxter se asomó a la playa de Quitapellos y nade apareció. Estaba desierta y descubrió que no había habido baño oficial. Y se fue constituyéndose en testigo que todo aquello era-como lo fue un montaje de publicidad barata
Esas son las consecuencias de aquella guerra fría y sin sentido
Una cosa si parece cierta, aquellas aguas de Mojácar en que realmente se bañó la distinguida pareja no debían de estar muy contaminadas, el embajador falleció a los 80 años a causa de un accidente de tráfico, Fraga con cerca de 90.
Tendrá que bañarse en el auténtico Palomares Mariano Rajoy o Soraya Sáenz de Santamaria con un bikini antirradiado, para saber la verdad hoy. Están a tiempo, la radiactividad dura siglos.
La historia secreta de las bombas de Palomares"
La efeméride ha sido aprovechada por el periodista Rafael Moreno para publicar un libro sobre el tema.. El ensayo revela, tras 20 años de investigación y después de analizar documentos desclasificados por EEUU, la verdad silenciada por España y Estados Unidos durante décadas.
Antes incluso de entrar en los detalles de los documentos desclasificados por EEUU al periodista Moreno, la obra arranca con dos reveladoras citas que se explican por sí solas: "Se han tomado todas las medidas para asegurar que las zonas afectadas queden completamente limpias", José María Otero Navascués, presidente de la Junta de Energía Nuclear. 2 de marzo de 1966: "Hemos conseguido nuestro propósito de dejar la zona de Palomares en las mismas condiciones en las que estaba antes del accidente". General Delmar Wilson, comandante de la XVI Fuerza Aérea de EEUU. 22 de marzo de 1966.
Durante cinco décadas las autoridades españolas y norteamericanas han jugado al ocultismo y a la desinformación. El ejército norteamericano, con ayuda de la Guardia Civil, limpió y se llevó a territorio de EEUU la tierra y restos s contaminados de 25.000 metros cuadrados de terreno. Esta operación de limpieza inmediata le costó al Pentágono unos 80 millones de dólares de la época, retirando en principio y provisionalmente 1.400 toneladas de tierra y tomateras que fueron transportadas a Savannah River ( EE.UU.) a un almacén nuclear en Carolina del Sur. El resto o sea la mayoría del desastre quedó enterrada o semienterrada en Palomares y tierras adyacentes o el mar.
La legación Norteamericana en Madrid admitió en 1969 "se comprometió a sufragar los gastos del accidente", pero estableciendo que EE UU no tenía una obligación legal aunque "estaba implícito" que su apoyo iría hasta el final. Semanas después, en la Cumbre de Lisboa, EE UU volvió a dar largas a la petición española y el embajador admitió que si no pagaban serían criticados por no hacerse cargo de su basura.
Los cables revelan que Washington sabía que su compromiso estaba escrito en un documento ya en 1969. La Embajada en Madrid pidió al Departamento de Estado que pagara o, de lo contrario, serían duramente criticados si eludían su responsabilidad. Sin embargo, EE UU comunicó a España en una nota verbal que necesitaba más estudios, que por ahora no iba a pagar su parte de la descontaminación, según fuentes conocedoras del documento. Todo esto no aparece en las filtraciones de Wikileaks, ya que las comunicaciones confidenciales de la organización de Assange concluyeron antes del caso Palomares.
Se calcula que el 25% del plutonio, unos 3, 7kg en estado natural, en óxidos y en nitratos, quedó esparcido en forma pulverizada y fue irrecuperable. Actualmente, Palomares es la localidad más radiactiva de España y probablemente de Europa. En total, 1.400 toneladas, según el CSN, y 1.700, según los documentos que se le han desclasificado al autor.
Pero, a pesar del triunfalismo de las autoridades tras la primera limpieza de la zona, tanto España como EEUU sabían que los trabajos en Palomares llevarían muchos años. La colaboración entre ambos países para hacer un seguimiento de la zona ha tenido altibajos, pero se ha mantenido hasta la actualidad formalizada con el nombre del proyecto Indalo, llevado a cabo por la antigua Junta de Energía Nuclear, actual Ciemat.
El 7 de noviembre de 2006, un cable de la Embajada de Madrid a Washington (84732) firmado por el embajador Eduardo Aguirre (en el cargo entre 2005 y 2009) relata la visita a España de John Shaw, secretario adjunto del Departamento de Energía (DOE) en septiembre de 2005. Shaw visitó Palomares, pese a lo que el Ministerio de Exteriores español no le trató durante la visita. El cable afirma que "Shaw no se comprometió formalmente a dar financiación del DOE a ningún plan eventual de limpieza, pero quedó implícito que el DOE permanecería en la escena de una forma u otra hasta que Palomares estuviera limpio".
Ya en 2006 el embajador Aguirre advirtió a Washington de que si decidían no pagar nada "la embajada debería preparar una estrategia de control de daños, ya que EE UU sería machacado en la prensa. El entonces embajador, que también visitó Palomares y recomendó buscar financiación militar.
La decisión de Washington de desentenderse del accidente ha contado siempre con la oposición de su legación en Madrid. Arnold Chacon, ex encargado de negocios y embajador interino entre enero de 2009 y enero de 2010, elevó el 30 de abril de 2009 un despacho confidencial a Washington sobre Palomares (204960) en que expresa sus dudas: "¿Está el Gobierno de EE UU considerando pagar al menos parte de la limpieza y llevarse parte del suelo contaminado?".
La financiación americana al proyecto se mantuvo hasta el año 2009. En 2010 decidieron que ya no iban a poner más dinero, que no tiene sentido seguir aportando fondos. "¿Por qué? No lo han explicado bien, no está claro", cuenta Rafael Moreno en una cafetería madrileña la víspera del día de la llegada de su obra a las librerías. "Algunos piensan que como las autoridades españolas aseguraban que allí no pasaba nada, y que ya no había peligro, no tenía sentido para EEUU continuara".
“Juan Antonio Rubio, y el investigador Carlos Sancho propusieron algo que en aquel momento parecía muy revolucionario y por lo que algunos les consideraron locos: hacer un mapa radiológico en 3D para saber exactamente si es verdad o no que allí realmente no hay peligro y, si lo hay, saber dónde está.", explica Moreno.
Para ello, consiguieron de nuevo algo de dinero en EEUU y llevaron a cabo un trabajo que después avalarían los mayores especialistas nucleares del mundo. El resultado de su estudio dista mucho de la realidad que vendió España durante décadas. Aún quedan restos de polonio radiactivo -y del isótopo en el que se transforma, el americio- en las tierras de cultivo y en las montañas de Palomares.
Hay que acometer la limpieza definitiva y los expertos del Ciemat elaboraron un Plan de Rehabilitación de Palomares con el que dan un ultimátum a EEUU. Según revela Moreno basándose en un trabajo de Carlos Sancho, el coste del programa ascendería a 31 millones de euros, excluyendo la gestión de los residuos radiactivos.
La opacidad española sobre Palomares aún continúa hoy. No existe una copia pública del plan de rehabilitación de Palomares, sólo declaraciones a la prensa o ponencias en congresos internacionales. Moreno pidió reuniones e información al Consejo de Seguridad Nuclear antes de publicar el libro y la única respuesta que ha recibido es el envío por correo electrónico de un folleto informativo elaborado en el año 2013.
Personas contaminadas con plutonio, pero no enfermas
Quizá el caso más sangrante de la desinformación y falta de transparencia española en el accidente de Palomares sea, según Rafael Moreno, la gestión de los datos médicos y ambientales de la zona contaminada. "No hay ni un solo informe oficial que diga cuántos positivos ha habido entre las personas que se sometieron a las pruebas clínicas", asegura Moreno. "Lo único que hay son las transparencias colgadas en internet de una conferencia que un miembro del Ciemat dio en Fukushima y en Austria. Y, desde 1967 hasta 2010, hay 119 personas que han dado positivo en plutonio", cuenta. Pero no se especifica ningún otro dato, ni siquiera cuándo. "Sabemos que dar positivo no quiere decir que estés enfermo, pero nadie explica si son de ahora o de los años 60", dice el autor. En 1985, la alcaldesa de Palomares, Antonia Flores, pidió toda la información disponible tras los análisis ambientales y médicos. Las autoridades españolas se los negaron y sólo, después de muchas gestiones, accedieron a entregar los análisis personales a cada uno de los vecinos afectados. Mientras, los científicos españoles mostraban estos resultados en congresos internacionales, cuando en España ni siquiera eran públicos.
Por fin la maquinaria diplomática se pone en marcha y no fue hasta octubre de 2015 cuando el ministro de Asuntos Exteriores José Manuel García-Margallo firmó con su homólogo norteamericano, John Kerry, un acuerdo por el cual Washington se compromete a rehabilitar Palomares y a llevarse los residuos sea de 50.000 metros cúbicos- el volumen de 27 piscinas olímpicas- contaminados de tierra andaluza a un emplazamiento adecuado en EEUU. Sin duda, esto sienta un precedente peligroso para EEUU, ya que muchos otros países podrían reclamarle reparaciones similares, pero lo cierto es que el texto no dice ni cuándo se va a llevar a cabo ni qué método se usará y tampoco aclara quién va a pagar el coste.
Dos de las bombas caídas en Palomares se exhiben en el Museo Atómico Nacional de Alburquerque.