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Estimados todos:
A quien corresponda. Mi nombre es Fernando Ruiz y soy madridista en excedencia. La solicité el mismo día en que fui a recoger el título de Licenciado en Periodismo. Fue fácil rellenar el impreso, puesto que mi pasión por esta profesión, que tan de capa caída está, era notablemente más sólida que el amor por unos colores, por mucho que éstos te hayan proporcionado alegrías y tristezas que quedarán para siempre en lo más recóndito de mi ser.
Enseguida me di cuenta de que el esfuerzo no iba a ser tal ¿Soy objetivo? La objetividad plena parece una utopía, pero la honestidad sí que es un principio alcanzable, una meta a la que llegar, un principio sobre el que basar mi relación con la sociedad desde esta profesión extraordinaria ¿Soy honesto? Estoy convencido de ello. El medio en el que trabajo me ayuda sobremanera, un oasis de libertad impagable. Quizás en otras circunstancias, bajo otras presiones, no lo sería. No lo puedo decir.
Desde la honestidad escribo estas líneas, que ahora mismo dudo en publicar. Nunca he entendido que los periodistas confiesen alegremente de qué equipo son. Y desde luego jamás he llegado a comprender a aquellos que escriben con la bufanda puesta. No. No es una metáfora. De verdad los hay que se las ponen, se fotografían y teclean el ordenador para escribir una crónica o una opinión. Mi respeto infinito, pero también mi incomprensión sin límites.
Recuerdo como entre tinieblas el fallecimiento de Don Santiago Bernabéu, en 1978. Su sucesor, Luis de Carlos, llegó al club y tomó como primera decisión la creación de un Trofeo Veraniego en honor del presidente fallecido. Su memoria quedaba honrada de inmediato. Llegaron muchos títulos, tanto en la sección de fútbol como en la de baloncesto. Y el Real Madrid destilaba señorío por los cuatro costados. La filosofía estaba clara: mucho jugador de cantera, los tres o cuatro mejores jugadores nacionales del momento y dos o tres extranjeros (dependiendo de la reglamentación de la época) que marcaban las diferencias. El estilo, con muchos matices, consistía en atacar y, por encima de todo, en no rendirse jamás.
Así llegaron las famosas remontadas europeas en Chamartín, un estadio que destilaba fútbol por los cuatro costados. Y fueron pasando presidentes como De Carlos, Ramón Mendoza, Lorenzo Sanz, Florentino Pérez o Ramón Calderón. Fueron pasando entrenadores como Luis Molowny, Miljanic, Amancio, Di Stéfano, Beenhakker, Toshack, Antic, Benito Floro y Vicente del Bosque. Don Vicente, que podría haberse convertido en el Ferguson del Real Madrid. Y, por último, fueron pasando enormes futbolistas, como Pirri, Gallego, Stielike, Santillana, Juanito, Camacho, Gordillo, Maceda, La Quinta del Buitre, Hugo Sánchez, Schuster, Miljanic, Roberto Carlos, Guti, Raúl, Mijatovic y un largo etcétera.
Aunque parezca sorprendente, hasta hace poco las grandes estrellas del fútbol mundial no solían jugar en el Real Madrid. Hablo de futbolistas inmortales, de los que uno citaría entre los mejores de la historia. Los Maradona, Romario, Ronaldinho, Ronaldo e incluso Laudrup o Rivaldo. El F.C. Barcelona era su destino. El Barça de José Luis Núñez, que descuidaba la cantera, pero que invertía ingentes cantidades de dinero para tener el mejor equipo posible. Era un Barça caprichoso, con poderío, pero caprichoso, que cambiaba de entrenador cada dos por tres, despreocupado por el estilo pero muy pendiente de los duelos directos con el Real Madrid. Ganar a los blancos salvaba la temporada. Arrebatarle los mejores jugadores del mundo, también.
15 ó 20 años después, desde este prisma de honestidad, que no de objetividad, la tortilla se ha volteado violentamente. Y el Real Madrid es en la segunda década del siglo XXI lo que era el Barça de los años 80. Un equipo en el que ha desfilado un sinfín de entrenadores, sin un patrón común, de estilos contrapuestos hasta el sonrojo. Un equipo millonario, que ha perdido su modelo, que ha transformado a su espectacular cantera en un mercado, una manera de financiar y obtener grandes cantidades de dinero para seguir comprando estrellas por medio mundo. Del Madrid de toda la vida al Madrid galáctico, en apenas 20 años. Como un padre millonario que complace a su hijo único con lo último en salir al mercado. Un sinsentido que no parece tener fin. Un dispendio sin precedentes, como se encargó de demostrar mi compañero Rubén Uría. Cada título del Real Madrid en los últimos años sale a más de 80 millones de euros. De locos. Y el Bernabéu, otrora catedral del fútbol, se ha convertido en un "Business Center" donde los palcos ganan por goleada a las zonas de almohadillas.
Muchos pensarán que ha merecido la pena. Han disfrutado con la séptima, con la octava y con la novena. Han caído muchas Ligas. Y por el Bernabeu se ha visto desfilar a Luis Figo (robado al eterno rival), Zinedine Zidane, Ronaldo Nazario, Cristiano Ronaldo o Kaka. Poco importa que en estos años el Real Madrid haya pasado de ser el equipo más querido de España e incluso del mundo a ser uno de los más odiados. Si nos odian será por algo, pensarán algunas mentes. En su pleno derecho están.
Y desde luego poco importa lo que pase a 625 kilómetros, en la ciudad condal. Qué más da que primero con Cruyff y luego con Guardiola el Barça haya encontrado su santo grial futbolístico, un estilo de juego inmortal, que pasará a la historia del fútbol, basado en una generación de canteranos increíble, con la calidad por bandera, que ha servido de modelo para que decenas de enormes jugadores jóvenes de La Masía tengan la certeza de que están en el equipo perfecto para crecer como futbolistas.
Cantera, cantera y cantera. Grandes refuerzos nacionales (Villa, Jordi Alba) y excelentes futbolistas internacionales, pero que no llevarían el apellido de galáctico detrás (Alves, Mascherano, Alexis). Sería injusto no añadir errores a esta planificación. Nada es perfecto, Nadie lo es. Ibrahimovic o Chygrynskiy desafinan en esta orquesta donde el patrón perdurará en el tiempo.
El tiempo. La historia. No voy a hablar de Mourinho. Ni de Florentino Pérez. Prefiero hablar del Real Madrid, un club desnortado, que necesita urgentemente una estructura, un entrenador y un director general que doten a la entidad merengue de una armonía que vertebre todas sus actuaciones, que sean capaces de conjugar los intereses del primer equipo y de la cantera, que cambien esa dinámica de tirar un cromo y comprar otro. Un MODELO para uno de los clubes más importantes del mundo.
No veo para eso otra solución que la de contratar un entrenador y un director deportivo que conozcan la casa, que sepan la trascendencia de esta centenaria entidad, dos personas que no estén de paso, que trabajen unos años con dedicación absoluta y que cuando dejen el Real Madrid hayan sido capaces de legar lo más importante que una empresa, club deportivo o persona pueden tener en la vida: una identidad.
Cada uno tendrá sus nombres en la cabeza. Yo tengo los míos. Estoy convencido de que Carlo Ancelotti es un buen entrenador. Mourinho también lo era. Y Pellegrini. Pero ninguno de ellos es madridista. Rafael Benítez y Fernando Hierro sí lo son. Y creo que el Real Madrid no podría caer en mejores manos. Trabajadores, con una trayectoria intachable, con personalidad para manejar esa constelación de egos en la que se ha convertido el vestuario blanco, con mano para trabajar con los jóvenes futbolistas de la cantera y madridistas.
¿Seguiremos cambiando cromos? Apuesto a qué sí.
Atentamente
@Fernan_Ruiz
P.D: Mis disculpas para aquellos que solo buscan artículos de baloncesto en este blog. Hoy me parecía justo romper la norma.