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Huyendo del dolor

09/11/2022 15:29 0 Comentarios Lectura: ( palabras)

El primer capítulo de una novela que estoy escribiendo

Huyendo del dolor 

Eroe cuello

Capítulo 1

Esa mañana, conducía hacia la estación para recoger a la que sería su nueva cocinera. Había tenido que solicitarla a través de una agencia de la ciudad. En un principio, dudó de que alguna persona aceptase internarse en aquel pueblo. No es que fuese desagradable ni mucho menos. Él había crecido y vivido toda su vida allí. Pero a la gente de fuera por lo general le resultaba aburrido. Solo veían: polvo, caballos, vacas y olor a estiércol. Sin embargo, no los culpaba. Él tampoco había encontrado ninguna novedad en la ciudad. Edificios muy altos, demasiados coches y mucho ruido.

Prefería la tranquilidad de la que disfrutaba en su rancho. De un sol que escalaba de detrás de las montañas para anunciar un nuevo día. Del canto de los pájaros al amanecer. De la suave brisa que hacía bailar a los arboles por las noches o los insistentes grillos que en ocasiones interrumpían su sueño.

La estación estaba abarrotada de gente. Algunas llegaban y otras tantas se marchaban. El ruido de las maletas al ser arrastradas parecía incesante. Había llevado consigo un pequeño cartel con su nombre y se colocó cerca del andén donde ella llegaba. No conocía en absoluto a la mujer que había ido a recoger. El día anterior recibió una llamada de la agencia. Comunicándole que ya tenían a la persona que había solicitado y que estaba dispuesta a viajar al día siguiente. No había sido muy exigente. Tampoco guardaba muchas esperanzas de que alguien aceptase. El único requisito, es que de verdad supiese desempeñar su trabajo. No había tenido muy buena experiencia con la anterior. Le molestaba la gente embustera y eso había sucedido con ella. Cartas de recomendaciones falsas y números de teléfonos equivocados. De la comida, era un tema que intentaba olvidar. 

Una sopa que solo sabía a pies sucios y una carne más dura que la suela de un zapato. No obstante, había que admitir que era realmente hermosa. También tenía que admitir que se había dejado llevar por su belleza, no es que pensase enredarse con ella. Siempre le había gustado mantener la pasión alejada de los negocios. Pero pensó que con lo hermosa que era, podría cocinar unos platos exquisitos. No fue así. 

Al fin había llegado el autobús. Darren se esforzaba mirando entre la multitud, aunque desconocía su aspecto. Una mujer de algunos cincuenta años lo escudriñó con la mirada. Él pensó que se trataba de ella. Vestía con una falda marrón hasta los tobillos y una americana negra. Un atuendo demasiado asfixiante para la época en la que se encontraban. Ella finalmente desvió la mirada y la posó en la persona que estaba detrás de él.  No, aquella no era su cocinera. Pero el autobús cada vez estaba más vacío. ¿Y si al final se había arrepentido? No todo el mundo estaba hecho para vivir en el campo. Una persona acostumbrada a la ciudad, otro clima, otras comodidades o incluso otras costumbres...

Se ajustó el sombrero y siguió esperando. Minutos después. Sintió unos golpecitos en su hombro izquierdo y al girar la cabeza la vio. La había visto antes sacando su equipaje de la bodega del autobús, pero jamás imaginó que ella fuese la persona que esperaba. No era extraordinariamente hermosa o quizás lo ocultaba. Su labio inferior era grueso y firme. Una cabellera negra se escondía debajo de un moño bajo. Las gafas redondas de pasta no favorecían a su rostro de pómulos altos. Sin querer parecer indecente. Observó su ropa con disimulo y regresó la mirada a su cara.   

Ella sintió un ligero ramalazo en el estómago al verlo. Que no supo si se trataba de miedo o excitación. Esta última hacía ya muchos años que no la sentía por ningún hombre.

―Hola. Yo soy Holly ―dijo ella presentándose. Darren todavía no reaccionaba ante su asombro.

La escudriñó unos segundos con la mirada.

―Perdón. Yo soy Darren. Es que no sabía cual era su aspecto. Así que decidí traer un cartel.

―Entiendo.

Su rostro no se inmutó.

―Vale. Nos podemos marchar al rancho ―intentó quitarle la maleta de la mano, pero ella la sujetó con más fuerza. 

Darren frunció el ceño.

―No hace falta. Yo puedo llevarla. ―La dejó en el suelo y la arrastró.

Darren esperaba que en cuanto estuviesen en la camioneta. Ella se desbordaría en preguntas. Lo normal sería que quisiese saber acerca del trabajo que tendría que llevar a cabo. Sin embargo, esa mujer parecía haber enmudecido. Aunque tampoco es que antes hubiese dicho gran cosa. Él la miró con disimulo. Al verla hace un instante le pareció más alta, ahora apreció mejor sus piernas cortas. El pantalón color beige que llevaba, parecía ser una talla más grande que la suya, la blusa estaba abotonada hasta el cuello y los zapatos. Él arrugó la frente. Jamás en su vida había visto unos zapatos tan horrendos. Los de su difunta abuela podrían pasar por hermosos, delante de aquellos. Aun así, le pareció extraño que alguien de su edad vistiese de esa manera. Si le quitaba las gafas y el ridículo moño, podría decir que tenía algunos veintinueve o treinta años a lo sumo. Puede que se haya escapado de un convento.

Darren reprimió una sonrisa ante su ocurrencia.

―¿Es usted de la ciudad? ―preguntó él. Deseando acabar con aquel silencio tan incómodo.

Holly giró la cabeza.

―Sí ―respondió y volvió a mirar a través de la ventana. Al estar tan cerca de él. Un extraño cosquilleó se instaló en su estómago. Su vida había cambiado tanto en los últimos años. Que ya no sabía diferenciar el miedo de la atracción.

Menos mal que el recorrido hasta el rancho era corto. Después de aquella simple respuesta. Esa mujer no había pronunciado ni una sola palabra. Darren empezaba a arrepentirse de haberla contratado. ¿Cómo se suponía que se entendería con ella? Daba la impresión, de que en la agencia hubiesen buscado a la empleada más rara que tenían y claro, se la enviaron a él. Al fin y cabo, para la gente de la ciudad, él no era más que un ranchero inculto. 

En realidad no estaba en condiciones de elegir. Necesitaba una cocinera con urgencia. Los mozos que trabajaban en el rancho, ya no soportarían un puchero más de manos de su padre. Lamentaba tanto que Jazmín hubiese renunciado. Entendía que la mujer quería pasar tiempo con su nieto, pero dejarlos tirado de esa manera. Después de haber desempeñado su puesto de cocinera durante tantos años.

Más sobre

Giró por el camino que llevaba al rancho. En esa estrecha carretera, el coche levantaba más polvo. Detrás de la cerca blanca, se apreciaban las vacas mientras pastaban bajo el resplandeciente sol de agosto. El verdor predominaba en ese lugar. Holly observó la casa que tenía enfrente. Tres vigas sostenían su típico porche. Parecía estar muy bien cuidada, al menos por fuera. Con el tiempo había aprendido que una fachada no significaba nada. Dentro podía encontrar un verdadero desastre. 

Cuando la camioneta se detuvo. Holly bajó y le dio un mejor repaso al rancho. Fue al asiento trasero del vehículo y sacó su maleta. No llevaba mucha ropa con ella. En los últimos seis meses se había acostumbrado a tener un equipaje ligero. Además no permanecía mucho tiempo en ningún sitio. Por eso había elegido el empleo en ese pueblo. Estaba bastante lejos de la ciudad y ella necesitaba esa distancia para salvar su vida.

―Bienvenida al rancho O'Connell ―dijo Darren.

No recibió respuesta.

Holly lo siguió dentro de la casa y justo como se había imaginado. Dentro parecía que había pasado un tornado. Se veían montoncitos de libros esparcidos por todas partes. Como si alguien hubiese estado leyéndolos y le dio pereza dejarlos en el librero. A simple vista no veía el polvo, pero su nariz lo percibió. Porque enseguida empezó a estornudar. En la mesa había restos de comida, supuso que de la cena. El salón era espacioso, pero oscuro. Se suponía que su labor sería de cocinera, pero no se veía viviendo entre tanta suciedad. 

―¿Es que no tiene a una persona que se encargue de la limpieza? ―preguntó Holly sin inmutarse.

Él la miró sorprendido.

―Es muy difícil conseguir empleados por estos lados ―respondió él un tanto avergonzado. Sabía que la casa necesitaba una limpieza urgente. Con la repentina partida de Jazmín, todo se había quedado patas arriba. Ella se encargaba de mantener la casa más o menos en orden.

―Entiendo.

―Pensaba que tal vez podría limpiar la casa de vez en cuando.

Darren se rascó la cabeza.

―Y yo pensaba que mi trabajo solo sería el de cocinar.   

Ella lo miró interrogante.

Así que al final sí que hablaba y no se dejaba pisotear. Ya le empezaba a caer mejor esa mujer.

―Solo fue una sugerencia. Por supuesto que no entra en su contrato, la verdad es que necesitamos más a una cocinera.

―Yo no diría lo mismo ―y volvió a mirar a su alrededor―. Pero no se preocupe, tampoco me veo viviendo en…―Dejo la palabra en el aire. ―Tanta suciedad. ¿Me podría decir cuál será mi habitación? ―él asintió.

Después de haber visto una parte de la casa. Holly no se esperaba una habitación demasiado acogedora. Esperaba encontrarse con otro desastre. Pero finalmente le gustó lo que vieron sus ojos. La habitación era luminosa y aunque una ligera capa de polvo cubría los muebles. Las sabanas parecían haber sido cambiadas recientemente. Dejó la maleta delante de la cama y se acercó a la ventana. Una vista muy diferente a lo que solía estar acostumbrada. Por un segundo olvidó sus problemas y también al hombre que la esperaba en la puerta. Seguramente tendría que empezar a trabajar enseguida. En la agencia no le habían dado mucha información acerca de su nuevo jefe, aunque ella tampoco la preguntó. Le bastaba con saber que era un pueblo lejos de la ciudad. Solo sabía que era un ranchero que vivía con su padre.

―Supongo que puedo hacer algo de comida ―dijo Holly. 

Él le dedicó una amplia sonrisa.

Últimamente apenas se fijaba en los hombres. Más bien les rehuía. Intentaba ignorarlos. Pensar que esos seres despreciables no existían, que se habían extinguido de la faz de la tierra.

Pero al fin y al cabo, era una mujer y no, no estaba ciega. Tenía delante de ella a un hombre bastante atractivo. Aunque ya no se fiaba de las caras bonitas y las sonrisas amables. Minutos antes  se había quitado el sombrero. Dejando al descubierto un pelo dorado. Sus fuertes brazos, ya los había visto cuando fue a recogerla a la estación y la piel tostada por el sol. Darren se hizo a un lado para que ella pasase.  

Como era de suponer. La cocina estaba mugrienta. Holly puso los ojos en blanco y respiró hondo. Esperaba permanecer mucho tiempo en esa casa. Porque su trabajo estaba resultando mucho más difícil de lo que imaginó en un principio. De no ser porque su anterior jefe se propasó con ella, todavía continuaría allí. Claro, que aunque apenas salía a la calle, estaba corriendo muchos riesgos en la ciudad. Aceptar ese empleo había sido lo mejor. 

Ella se dio la vuelta.

―¿Para cuantas personas tengo que cocinar?

―Somos siete personas. Jazmín dejó algunas recetas. Mi padre intentó hacerlas, pero me temo que su fuerte no es la cocina―. Darren soltó una carcajada.

Ella permaneció con los labios rectos.

―Supongo que Jazmín era la anterior cocinera.

Darren asintió.

―Creo que me puedo apañar sola ―dijo ella. Intentado que el hombre comprendiese su comentario y se marchase.

Darren se puso el sombrero e hizo una breve inclinación con la cabeza, antes de dejar la cocina. Holly se sintió más aliviada con su partida. Intentaba mantenerse serena delante de cualquier hombre, pero en algunos momentos el miedo le recorría el cuerpo y los malos recuerdos se acumulaban en su mente.


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Eroe Cuello (1 noticias)
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