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Implacable y frío como líder, Pablo Manuel Iglesias lloró ante los españoles hace unos días en el levantamiento de los restos de un tío-abuelo suyo de una fosa común en Paterna, Valencia, donde batallones franquistas lo fusilaron y enterraron junto a otros 156 republicanos hace tres o cuatro generaciones.
Las televisiones mostraron un dolor en Iglesias como si la muerte hubiera ocurrido ese día, algo extraordinario porque entre revolucionarios es común es frialdad con los antepasados; tanta, que hay notables entusiastas de la Ley de Memoria Histórica que encierran a sus padres y abuelos en asilos.
Era esperable la ira, pero no esas lágrimas por alguien que había pertenecido a "La Motorizada", los escoltas de Indalecio Prieto, algunos de los cuales "pasearon" y asesinaron a Calvo Sotelo, lo que anticipó el levantamiento militar.
Imágenes así sirven para acusar a la derecha de "heredera" de los verdugos del tío-abuelo; por tanto, también es culpable de la guerra civil y de todos sus crímenes.
El mayor acierto de la Transición fue la poco recordada Ley de Amnistía de 1977 que reconcilió a los españoles, como dijeron entonces los ya ancianos supervivientes del enfrentamiento, comunistas, socialistas y, naturalmente, franquistas.
"La pieza capital de esta política de reconciliación nacional tenía que ser la amnistía. ¿Cómo podríamos reconciliarnos los que nos habíamos estado matando los "unos a los otros", si no borrábamos ese pasado de una vez para siempre?", dijo emocionado en el Parlamento Marcelino Camacho, líder de CCOO, el comunista más venerado tras pasar 18 años de exilio y cinco en prisión.
Con la amnistía quedaron sin cargos los temibles represores de la policía política franquista, pero también los etarras presos o huidos vinculados a sus 75 asesinatos cometidos hasta finales de 1977.
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