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Detrás de cada decisión hay algo sobre lo que tu mente sabe más que tú
Cierta noche, como me ocurre con frecuencia, me desvelé totalmente, era incapaz de dormir. Decidí entonces sentarme en la cama y tomar uno de mis blocs de notas sobre estas cosas de la mente que tanto me inquietan para hacer repasos y apuntes. Cuando alguna anotación no era de mi gusto, hacía una bola con la hoja de papel y me distraía encestándola en la papelera que tengo situada a unos dos metros más allá de los pies de mi cama. Unas veces acertaba y las pelotitas entraban limpiamente, y otras golpeaban el borde con suertes diversas o iban directamente al suelo. Como no debía de estar muy inspirado, las bolas de papel surgían a cada momento. Y empecé a preguntarme el porqué de unos encestes tan perfectos en ciertas ocasiones y tiros tan torpes en otras.
Recordé entonces mis apuntes sobre el pool (billar americano), juego al que soy muy aficionado y con el que llegué a lograr un título nacional.
Así podría explicarse el proceso de forma sintetizada. Cuando el pensamiento y luego la intención del tiro se han perfilado inicialmente con suficiente nitidez en la mente, uno puede desligarse de ambas acciones una fracción de segundo antes de iniciarse la ejecución; y ambas, como formando una pareja bien compenetrada —en el último instante— parecen tomar una especie de atajo que controla el subconsciente cuando, tras algún entrenamiento, ha archivado con su maravillosa capacidad ciertos parámetros.
Y es que el pensamiento consciente es una actividad física que tiene que congeniar con otra acción física, la del brazo. Y aunque pueden llegar a coordinarse y conseguir el objetivo muchas veces, el proceso nunca es tan perfecto como cuando el subconsciente se hace cargo del asunto. Eso es lo que ocurre, por ejemplo, cuando instintivamente nos apartamos, brusca y acertadamente, ante un vehículo que hemos visto en el último segundo y que casi nos atropella. Nos apartamos correctamente sin pensar.
Así, cuando, por un instante, dejamos de pensar voluntariamente, de inmediato se deja el camino libre a nuestro subconsciente. Mecanismo mental que trabaja con más sutileza y muchísimo menos consumo de energía, y llega con plenitud a toda la estructura nerviosa y muscular trasformando el brazo en una prolongación del pensamiento, en el mismo pensamiento.
Tomé una vieja carpetilla de notas sobre el pool para recordar mis apuntes. Respecto a los instantes previos a un disparo —más intuitiva que razonadamente, en aquellos tiempos— había anotado: «Deséalo hasta que el pensamiento se integre en ti. Luego no pienses nada, el taco ahora es la prolongación de tu brazo».
Finalmente, no había forma de coger el sueño y poco después me levanté. Me entregué a otras tareas y por la tarde fui a hacer la compra a un hipermercado, al anochecer.
Sin haber podido dormir, andaba casi como un sonámbulo. Entré en el hipermercado y al pasar junto a la librería pensé en echar una ojeada a las estanterías. Sin ninguna pretensión, paré en una estantería frente a un libro de Paulo Coelho, se titulaba Como el río fluye. Lo abrí al azar para leer algo —salió la página 30—, y leí: «Hasta que llega el momento en que ya no es necesario pensar. A partir de entonces, el arquero pasa a ser su arco»… Curiosa casualidad.
Y hablando de libros. Casi siempre llevo uno cuando voy a tomar café a algún sitio tranquilo, pues me agrada leer algo durante ese ratillo. Cierta noche me dispuse a salir a tomar mi café nocturno y no tenía muy claro qué libro coger de entre los ocho o diez que, en turnos alternos, leo al mismo tiempo y que esperan mi decisión diariamente amontonados en la consola de mi cuarto. Tras examinar y dudar unos instantes, me decidí por uno que solo había hojeado, Inteligencia emocional (Daniel Goleman).
La percepción extrasensorial sucede más frecuentemente de lo que parece, se le disimula con la casualidad y es una mágica experiencia accesible a todo el mundo
Al llegar a la cafetería y abrir el libro, comprobé que aún contenía en su interior el resto de un billete de avión a Tenerife. Aquel libro formó parte del equipaje de mano de mi último vuelo a la isla canaria. Pero ni siquiera lo empecé, pues, frecuentemente, la tensión que me embarga en los vuelos no me favorece la lectura. Y el resguardo del billete allí se quedó, al principio, en la página en que el autor dedicaba su obra a una mujer, una tal Tara… Al día siguiente, a media tarde, recibí una llamada telefónica de Tenerife. Era una señorita: se llamaba Tara, dirigía una revista turística, necesitaba un diseñador y para ello contactó conmigo.
Este artículo se redactó en la noche de un sábado. Y poco antes de su escritura había estado intentando decidirme por alguna frase o pequeño párrafo inicial como acompañamiento del título. Dudaba entre una cita de Armando Palacio Valdés y otra de Ralph Waldo Emerson. La duda me estaba entreteniendo tanto que decidí dejar el asunto de lado, pensar sobre ello en otro momento y salir un rato a tomar mi acostumbrado café.
Doblé el papel de este escrito y me lo llevé para repasar, como costumbre con algún librito de turno; seleccioné uno de Charles Berlitz, El mundo de lo insólito.
Cuando llegué a la cafetería releí el artículo, también meditaba sobre la posible frase inicial. Quizá alguna de Emerson, me decía; pero como tengo cierta torpeza para los idiomas, no recordaba bien en qué lugar de su nombre de pila (Ralph) tenía que colocar la «h». Bueno, déjalo, ya te decidirás, me dije. Guardé el artículo en la cartera y me dispuse a leer el libro que había seleccionado al salir de casa.
Abrí el libro por la página en que días atrás había situado un marcador; pasé la hoja y… ¡caray! Allí estaba lo que buscaba, en el siguiente capítulo: «Ralph Waldo Emerson y la señora Luther». Vaya, me dije sorprendido. ¿No estaba yo pensando en cómo se escribía este nombre?... ¡Pues aquí está!
Y ahí no quedo mi sorpresa, luego comencé a leer:
«Los incidentes de percepción extrasensorial espontánea suceden a veces cuando las personas menos se lo esperan. Por lo tanto, con frecuencia son descartados como tales y se consideran meras coincidencias… ».
La percepción extrasensorial sucede más frecuentemente de lo que parece. Quizá sea más acusada en personas con cierta sensibilidad, pero es una mágica realidad accesible a todo el mundo que nos sorprende curiosamente, aunque resulta difícil manejarla de forma consciente. En varias ocasiones me ha sucedido el sentir una intensa tentación de cambiar de ruta o entrar en una tienda mientras andaba por la calle camino de algún asunto. Y al entrar en la tienda he encontrado una prenda o un artículo que llevaba semanas buscando infructuosamente por otros sitios. Así, tras alguna de estas experiencias llegué a la conclusión de que «Trás cada decisión hay algo sobre lo que mi mente sabe más que yo».
www.antoniomiguel.es (Imagen, composición sobre fotografía de freepik.com)