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España debería ser un crisol de ideas, de libertad, de diferentes sensibilidades, de igualdad. Debemos acostumbrarnos a acoger con agrado los distintos modos de comprender la realidad
La ideología de la supremacía ha sido, sigue siendo y siempre será una doctrina de odio con mucho riesgo que convendría no minusvalorar. Algunos creen que el ascenso de la extrema derecha en España comienza a ofrecer la voz dominante de la intolerancia sobre la libertad y la democracia, sin embargo, este supremacismo no debe obnubilar nuestra razón, porque en realidad no deja de ser un movimiento minoritario de inadaptados, capaces sólo de expresarse bajo el anonimato en redes ocultas de internet.
Tampoco podemos por ello desentendernos del riesgo que esto supone, pues como elemento estructural de la sociedad, posee la capacidad necesaria, por escasa que ahora mismo sea, para conseguir que este pensamiento retrógrado tenga posibilidades de mantenerse e incluso ganar adeptos en un país inmerso en pleno proceso de reestructuración conservadora.
Esto podemos apreciarlo en un ejemplo muy claro que está ocurriendo hoy día en nuestra sociedad, el movimiento feminista, aunque parece haber ganado una posición de vigor en la batalla de la opinión pública, padece también a su vez, y de forma cada vez más notoria opiniones con elementos discursivos en su detrimento que tienen la posibilidad de hacerse hegemónicos, como el patético y dramático recurso del pobrecito hombre blanco occidental con el que las mujeres no quieren nada. Es de alguna manera una salida victimista fácil, pero con arraigo milenario en la misoginia.
Existen, por desgracia, muchos otros ejemplos de esta representación adulterada de la reacción antifeminista. Francesc de Carreras, valedor de Albert Rivera y cofundador de la formación naranja, escribió en el diario de Manuel Mirat una columna titulada “Feminismo y nacionalismo” en la que hacía un boceto sobre el feminismo como una ideología irracional y excluyente en la que afloraba la premisa fundamental del supremacismo masculino.
Tenemos una educación retrógrada y obsoleta y necesitamos resucitar los valores humanos
Esto no es otra cosa que el orgullo herido del hombre blanco, como digo, pues algunos neanderthalensis ven o quieren ver en el feminismo, esa identidad colectiva de la mujer que se fundamenta en aquello que la diferencia del hombre y, que en la retorcida mente del que así lo lleva haciendo durante siglos se afirma, precisamente, en que va exclusivamente contra el hombre, como el hombre ha venido ejerciendo su supremacía contra la mujer.
Contra el hombre. Esta es otra de las consignas de otro cretino ignorante y zopenco como el propio Toni Cantó cuando dijo a las diputadas del PSOE en un debate en el Congreso aquello de “ustedes han fraguado su idea de igualdad contra los hombres”.
Esta supremacía naranja se ha visto también en otro de sus máximos exponentes, Arcadi Espada, quien pedía que para estar seguros habría que ver vídeos íntimos de la víctima en el caso concreto de “la manada”. Una medida necesaria para valorar si de verdad se merecía que la violaran entre cinco. O si se lo había buscado. ¡Qué barbaridad!
Tenemos una educación retrógrada y obsoleta y necesitamos resucitar los valores humanos, los derechos, el conocimiento y la razón misma. Deconstruir la masculinidad tradicional. Es esencial un trabajo minucioso diario de creación de conciencia igualitaria entre hombres y mujeres, en la familia, en las universidades, en los institutos, en los colegios, para evitar la propagación del virus del supremacismo masculino. Un trabajo de creación de conciencia. Se trata de hacer ver en las mentes de las personas lo elemental, lo lógico, lo esencial, lo connatural a una especie avanzada. Que todos somos iguales.