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Que le toque a una en el asiento de al lado el tipo más guapo de todo el Euromed es algo que sólo pasa en las comedias románticas. Y a ella. Pasó el día en el que estaba más cansada de la Historia. E iba en chanclas, gafas y una pinza en el pelo de vuelta a Valencia tras una semana toledana. Todo comenzó cuando se ofreció a cambiarles el sitio a unas chicas que se querían sentar juntas. Y entonces lo vio. Para empezar, aquel efebo musculado se ofreció a subirle la maleta. Ella simuló ser quien no es y no abrió la boca. Los primeros minutos. Darle charla a un desconocido en ese tren que jamás es puntual, supone estar de cháchara tres horas y media. Y no era plan.
Decide ir a la cafetería para despejarse. En unos minutos, el chulazo se acoda a su lado. Ya ha ligado con casco de ciclista, bikini y con gafas. Se puede morir tranquila.
¿Qué probabilidad había de que aquel tipo tuviera los ojos verdes? ¿Que además fuera simpático? ¿Viajado y del sector audiovisual? Cuando regresan al asiento, decide zambullirse en una absurda película sobre casualidades entre desconocidos. Y entonces, comienza a sentirlo, un frío polar la paraliza poco a poco. La crudeza del aire acondicionado del Euromed es épica. Sabe que si no se cubre, al día siguiente enfermará. ¿Qué pensará el chulazo?
Perdiendo la vergüenza en el Euromed
Si hace unos meses les hablaba sobre a qué edad nace vergüenza, acaba de descubrir cuándo vuelve a perderse. Esa edad en que lo que piensen los demás no importa. Por muy bueno que se esté. Acto seguido, saca su foulard azul y envuelve sus pies desnudos con el pañuelo. Él la mira extrañado y sonríe. 'Yo también tengo frío', le dice. Se arrebuja y acaba de ver la película pensando que la Sònia de hace 20 años en estos instantes tendría un trancazo importante por un tipo a quien jamás volvería a ver. Qué cosas.
