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Jesús N. GalindoMiembro desde: 06/11/18

Jesús N. Galindo

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03/05/2022

Se equivocan aquellos que se afanan en sacar el fantasma del fascismo a la calle, cuando la calle ya está familiarizada con los fantasmas

Según el resultado de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales celebradas en Francia, más de trece millones de personas han votado a Marine Le Pen, la presidenta del Frente Nacional. Una formación política afín a VOX y cuyo ideario es considerado de ultraderecha. La verdad es que se me figuran muchos fascistas, los que parece que hay en el país vecino, si le adjudicamos el calificativo de ‘facha’ a todo aquél que vote a este tipo de formaciones políticas.

Una vez más vuelven a equivocarse aquellos que pretenden dar vida, de nuevo, a los cachorros del doberman, tapando sus propias vergüenzas y sin la capacidad de analizar de manera objetiva el porqué de una situación sociológica que ha incitado a la sociedad francesa a mostrar su cabreo en la forma en la que, únicamente, los votantes de un país democrático lo pueden hacer.

La situación social por la que pasan nuestros vecinos del norte, si no igual, tiene un componente similar a lo que, en su día, fue nuestro movimiento “15 M”. En aquél mayo de 2011, la sociedad española estaba verdaderamente cabreada por la acumulación de muchos y diversos factores, pero –sobre todo- por la inacción y el conformismo con el que los políticos encaraban esta situación; creyéndose, estos, que sería una pataleta pasajera y sin animo alguno de atajar los numerosos problemas raíces que, entonces (y todavía ahora) acuciaban a los ciudadanos.

La diferencia consiste en que la izquierda –en aquél entonces- fue quien capitalizó ese descontento y le sacó una rentabilidad que le llevó a la creación de una nueva formación política (Podemos) que –con el tiempo- se ha frustrado, convirtiéndose en un partido más de la casta, que ha remplazado el espacio reservado para la izquierda del PSOE. Ahora, en Francia (y lo veremos próximamente en nuestro país), ha sido la derecha quien ha sabido sacar tajada ante la miopía manifestada por los partidos tradicionales (socialista y republicano), que casi han desaparecido, y han dejado su espacio huérfano de ideas, pero apetecible para ser ocupado por los movimientos populistas, siempre al acecho de las debilidades propias de un sistema partidista, convertido en una partidocracia trasnochada.

La sociedad, en general, está harta de que la consideren inmadura para discernir, en cada momento, la realidad en la que estamos inmersos. Una parte de la izquierda nos recuerda constantemente lo perversa que es la extrema derecha y se equivoca cuando pretende incluir en el mismo saco a millones de ciudadanos que lo único que quieren es que no les tomen el pelo. Pero los aprendices políticos que nos gobiernan (o que quieren gobernarnos) no cejan en augurarnos las desgracias a las que nos enfrentaremos si votamos a esas formaciones políticas. Nos aleccionan y nos adoctrinan una y otra vez, tratándonos como analfabetos sociales, y sin percatarse de lo contraproducente de algunas campañas cuyos resultados suelen ser contrarios a los que se persiguen.

Con esta postura, proteccionista e infantil, lo único que están consiguiendo es cabrear más al personal e inducirle a hacer lo contrario de lo que se les pide. El electorado se cansa de las incongruencias, de las falsedades, de las corruptelas y de tantos otros efectos colaterales que las formaciones políticas al uso (léase ‘la casta’) utilizan en sus relaciones con la sociedad, y optan por darle una patada al quiosco e irse a la acera de enfrente, haciéndoles una ‘peineta’.

No deberíamos tener tanto miedo al lobo. Acuérdense lo que ocurrió con la irrupción de Podemos en el espectro político en España. Muchos fuimos los que creíamos que una izquierda radical polarizaría la convivencia ciudadana. Y nos equivocamos; todo fue pisar moqueta y los podemitas se ensamblaron en el tablero político nacional, abdicando de su ideario para convertirse en la casta que ellos mismos denigraban.

Por eso creo que se equivocan aquellos que no hacen más que sacar el fantasma del fascismo a la calle, cuando la calle ya está familiarizada con los fantasmas. Ya no funciona la acumulación de calificativos peyorativos como medio para descalificar al contrario. Por supuesto que no defiendo los idearios ultras de ninguna de las formaciones políticas, cuando –además- utilizan argumentos populistas, propios de una secta, en su interés por captar adeptos.

Pero mejor nos iría si se lo hiciesen mirar y se preguntasen por que más de trece millones de votantes han optado por confiar en una opción política radicalizada. No hagamos como el avestruz y afrontemos que los votantes tienen el derecho a elegir de entre todas las opciones (legales, por supuesto), sin rasgarnos las vestiduras y aunque no comulguemos con sus ideales. Convenzámosles y no les descalifiquemos. Ojo y esto también sirve para nuestro país.

Lo dicho…, demasiados fascistas me parece que son.

Jesús Norberto Galindo // Jesusn.galindo@hotmail.com

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