No debe haber armas en manos de cazadores, como no debe haber toros al alcance de toreros ni Manadas en la sala de jueces que las dejan en libertad
Hay miembros de las fuerzas de seguridad del Estado que pasan toda su vida profesional con una pistola reglamentaria y se jubilan sin haber disparado jamás a nadie. De hecho ocurre con la mayoría porque no la quieren para matar. Todo lo contrario que un cazador.
Y tal inclinación debería ser un motivo legal y médico para negársela, no sólo porque matar animales por placer constituye un crimen ético y tendría que serlo asímismo desde la consideración legal, sino también porque nuestra memoria, las hemerotecas y los informes elaborados por psiquiatras y policía corroboran lo habitual de episodios de violencia con animales (y dispararles o rematarlos a cuchillo lo es) en los antecedentes de sujetos que después han acabado con la vida de personas.
Desde casos sonados como el de Puerto Hurraco, la matanza en Olot o el asesinato de los agentes rurales en Lleida detrás de los que hay cazadores a los que se les renovaron sus licencias, hasta otros todavía abiertos, como la pareja asesinada en el Pantano de Susqueda, donde los Mossos d'Esquadra ya tienen claro que el autor fue el mismo cazador que años atrás mató a su mujer con una escopeta para jabalíes, y pasando por episodios sangrientos de violencia de género, disputas familiares, por lindes de terreno, rencillas y otras razones válidas para matar según el criterio de hombres con posesión legal de armas para la caza que decidieron resolverlo con un tiro de su rifle a bocajarro.
Si hablamos de esos «errores» que tienen mucho de negligencia y de frenesí por matar
Quien posee estabilidad emocional y su concepto de empatía va más allá de la puerta de su vivienda, no quiere una escopeta o un revolver para disparar a alguien porque la vida la valora como algo digno de respeto y encontrar diversión en arrebatarlas le parece una aberración, aun cuando incompresiblemente no entre en la categoría de delito. Esto no se cumple en el caso de la caza, y por eso a los treinta millones de cadáveres de piezas cinegéticas abatidas de forma «legal» cada año en España, hay que sumarle las cazadas con métodos o en lugares o momentos prohibidos, los de especies no permitidas, los de muchos de sus propios perros, los de gatos sin dueño, los de compañeros de afición o paseantes que disfrutaban de un día de monte en «accidentes», los de los humanos asesinados que decía antes... En fin, que son treinta millones y bastante más de muertos.
Y sí, el ser humano también es un animal. Tal vez por eso algunos no se lo piensen demasiado o no se pongan en el lugar del otro cuando disparan. Y de las prisas por presumir de colmillos de navajero —si hablamos de esos «errores» que tienen mucho de negligencia y de frenesí por matar, poco de fortuitos y nada de insuperables—, el confundir a un señor que salió a caminar por el monte con un jabalí.
Julio Ortega Fraile
@JOrtegaFr
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