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Quim Xena. Vivencias de un músico. Capítulo 6º

16/12/2009 09:20 0 Comentarios Lectura: ( palabras)

Quim Xena: "mi idea es ir introduciendo al posible lector en el mundo de las habaneras empezando por mis propias vivencias."

Afinando la vieja guitarra

CAPÍTULO VI

Justo antes de que naciera el nuevo día, me levanté perezosamente de la cama y, fijándome de que aún había calor en el hogar, hice lo que suelen hacer los gatos: estirarme.

Añadí un poco de leña seca al fuego antes de desayunar y, mientras desayunaba, iba mirando por la ventana. Fuera había una espesa niebla, legañas que la atmósfera había dejado caer al suelo durante la noche calmada, seguramente con el intento de apaciguar la sed de los vegetales.

- Pronto hará un buen sol.

Y con este pensamiento, decidido y con ganas de redescubrir el mundo, subí a la bicicleta para tomar el viejo camino de Palafrugell a Palamós hacia un destino incierto.

Disfrutaba del paseo, parándome a menudo para tomar apuntes del paisaje de los alrededores cuando, sin querer, llegué a la playa del Castell.

Niebla en tierra, neblina en la mar calmosa, que me recibía con su habitual amistad. Amarré la bicicleta en el último pino de la banda de levante, justo de donde sale el sendero que lleva, a todo aquel que quiere, en el desgraciadamente abandonado, por los estudiosos y por el gobierno, poblado de los ancestros ampurdaneses.

Allí, asentados en la cima de aquella exigua península, lugar en mi opinión privilegiado, vivieron hasta quién sabe cuando, de cara al mar, para la mar y del mar, rellena entonces de buen pescado. Imagino también un pequeño comercio con los poblados vecinos, fruto de las enseñanzas de los griegos de Massalia. De buen seguro que vivían en paz y que dejaban vivir, ya que no hay restos de muros protectores, como los que quedan en Ullastret o en la misma Barcelona.

Apaleados por los vientos de garbí, gregal, migjorn y levantes, más resguardados de los nortes por las montañitas de Roques d'Ase. Gente que no entendía, seguramente, ni de pueblos ni de patrias. Primitivos que buscaban su fuerza en el clan y en la familia o, tal vez ni en eso, ya que entonces a sus mujeres las preñaba el viento, tal como hace con las flores de los prados.

- ¿Cantaban? - Seguro que sí.

Debían cantar cantos que glorificaban a la tierra, al sol, a la luna, a los acontecimientos del día a día, al amor, a la pérdida de algún ser querido.

Seguramente las mentalidades contemporáneas habrían tildado de meras manías mis pensamientos imaginarios - ¡Tanto me dá!. Quizás sin querer buscaba las primeras respuestas del conjunto de preguntas que me hacía sobre la matriz del canto popular, pasando por encima de los prejuicios de determinados historiadores que, poco arraigados en la tierra pero si bien apalancados en sus despachos, buscaban respuestas, para ellos, más adecuadas.

No somos nada si no sabemos qué fuimos - les digo yo. Continué dejando viajar mi instinto hacia tiempos pretéritos, hacia los primeros cantos marineros, hacia la primera habanera, hacia donde tenía mi voluntad empeñada.

Me vinieron a la memoria unos textos que había leído sobre el retorno al comercio marítimo de los catalanes en el último tercio del siglo XVIII. En aquel tiempo, el rey de las Españas levantó la prohibición, de más de 200 años de duración, de que los catalanes, por razones y conveniencias diversas, que ahora no vienen al caso, saliéramos al mar a comerciar. Aquel sensato monarca, también hizo cambiar la, hasta entonces, bandera del reino, blanca con cruz roja, por la senyera de la corona de Aragón, Cataluña, Valencia y las mallorcas.

Quizás la finalidad del buen hombre sólo era la de despistar a los corsarios que acometían contra los barcos del imperio español cuando volvían de las Américas cargados con sus valiosas mercancías.

- Vés a saber cuáles son las buenas verdades!.

A hechos reales o ficticios se les puede dar la vuelta como un calcetín sin que ningún peso moral desequilibre la conciencia de quien lo ha dejado escrito para la posteridad. Es bien sabido que la historia y sus razones a menudo sólo dependen del bolsillo que paga a los cronistas y los historiadores.

Nuevo capítulo de la vida musical de este gran y desconocido artista. Vale la pena seguir sus vivencias.. son las de muchos músicos actuales

Lo que sí es cierto, es que en el siglo XVIII la ruta marítima de Cataluña en el Caribe era un hecho cotidiano. Los catalanes espabilamos deprisa. Naves de todo tipo cargadas de variadas mercancías zarpaban de los puertos de l'Empordà, la Selva, el Maresme, el Garraf ... En los astilleros se trabajaba a todo volumen y eso requería mucha y muy diversa mano de obra. Gente de todas comarcas iba a buscar trabajo a marina con la ilusión de un buen sueldo y con la esperanza fijada en embarcarse algún día Atlántico allá en busca de un futuro mejor.

Gente trabajadora, acostumbradas a largas jornadas de trabajo, a la vez soñadora y que, seguramente, al acabar el día iban a las tabernas a tomar un bocado y unos vasos de vino. Comían, bebían y charlaban aliviando así sus carencias.

- Y, de buen seguro, también cantaban.

Canciones de los carboneros llegados de las Guilleries y de la Cerdanya, mezcladas con las canciones de los arrieros, con las canciones de los marineros, con las canciones de los campesinos ... invadiendo las tabernas, los burdeles y los puestos de trabajo.

- El canto aligera el trabajo y endulza el espíritu.

Y también cantaban los albañiles y peones de los años 60 que invadieron las costas de Cataluña, procedentes de Andalucía y Extremadura en el "boom" turístico.

- Antes todo el mundo cantaba.

En nuestros viejos cancioneros tenemos canciones que reflejan todo tipo de artes y oficios antiguos: la tierra, los toneleros, los pescadores ...

- Últimamente no canta nadie.

Desanimado me vuelvo para convivir con la gente del siglo XVIII. Gente que mantenía la firme voluntad de vivir, de sobrevivir y, de ir más allá de las escasas posibilidades que le ofrecía su país. Seguro que ya había alguien que tocaba la guitarra, la gralla, el flaviol de pastor u otros instrumentos de poco volumen y sencillo mantenimiento. Aunque, normalmente, el pueblo raso cantaba sin acompañamiento musical y sin saber de letra.

Un amigo mío, músico ya retirado, dijo una vez que el ritmo de la habanera, tal y como ha perdurado hasta ahora, la había inventado, o la había empezado a tocar, alguien que un día se entretuvo a rascar una guitarra. Quizás estaba sobre un barco, navegando hacia ultramar, o, quizás estaba en tierra, escuchando las olas y observando cómo llegaban y salían los barcos de puerto. Quizás era portugués, quizás napolitano, quizá griego, tal vez vasco, o quizás, sólo quizás, catalán.

- ¿Vale la pena averiguarlo?

Lo más importante es que creó el ritmo de la habanera.

El monótono y constante ir y venir de las olas ha inspirado a poetas, músicos, ritmos y canciones. A nuestro hombre, o mujer, le debía salir un nuevo ritmo de manera improvisada y natural, tal como emergen otros hechos inexplicables en el mundo. Algún genio de las esferas puso en manos humanas aquel ritmo apropiado para cantar a las cosas perdidas, a la añoranza, para ensalzar un paisaje o para recordar un amor. Y desde entonces este ritmo ha ido creciendo en cada viaje, de ida o de vuelta, en las Américas.

Néstor R. Ortiz, en su libro Historia del jazz, escribe que los esclavos negros de finales del siglo XVIII se reunían a hacer sus fiestas en Congo Square, Nueva Orleans, y cantaban y bailaban numerosos ritmos nuevos como "Calindas", "Bamboulus", "Habaneras" ...

Quim Xena


Sobre esta noticia

Autor:
Vicenç Macias (22 noticias)
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