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Hay mil historias sobre Raúl González Blanco . La mayoría son blancas, pero algunas son negras. También las hay grises. Como todos los hombres, el mito madridista ha tenido sus Tourmalets, sus bajadas por la pendiente a toda mecha y un lado oscuro en el que se mezclan nubes y grandes rayos de sol.
Conocimos al Rulo en el Barnon. No íbamos allí más que de rebote tras acudir al Honky Tonk donde había mejor música, conciertos en vivo y mayor historia. Al Barnon, justo a las espaldas del Honky, solían parar los madridistas: Hierro, Guti y Bibiana, Raúl... Iban en sus días libres, y algunos cuando no lo eran. A la hora de pedir, el Rulo siempre iba a la barra porque quería hablar con la belleza morena que a la postre sería su mujer: Mamen. Todos mirábamos, pero sólo él la consiguió. Un tipo con suerte.
Esto sucedió después de que saliera del túnel. Una época oscura en la que se perdió en la noche. No fue durante mucho tiempo, pero sí fue intenso. Copas por aquí, noche por allá. Y los atléticos frotándose las manos: "Os hemos dado los restos". Así que en un amanecer de triste desolación, Raúl González Blanco se sentó consigo mismo y dijo hasta aquí hemos llegado. Cogió la camiseta rojiblanca, la hizo mil jirones y se grabó en las venas la palabra venganza. Desde entonces, cada vez que se ha enfrentado a los atléticos les escupía en la cara su ira y su fuego, marcándoles goles aquí y allá, empujándoles hasta el infierno.
Raúl había salido de los infantiles del Atlético. Vivía en uno de los barrios más peligrosos y rudos de Madrid, en San Cristóbal de los Ángeles, no el que está enfrente de Prado del Rey, retiro dorado de los mayores pijos de la capital, sino en el San Cristóbal chungo. Tenía que coger el autobús todos los días para ir al Cotorruelo a entrenarse. Hasta que Gil, ciego como un ladrillo, cortó el grifo. Luego dijo que no, que no era así, pero era así. Les quitó dos reales a los chavales y dejó de pagarles el autobús. Raúl se rebotó y se fue a la acera de enfrente: "¿Me pagáis el autobús? Pues me voy con vosotros".
Así nació la leyenda. Luego todo fueron luces y sol hasta el último tramo, en el que Luis Aragonés y la selección tornaron oscuro el camino. Que si mafias, que si complot, que si celos... No se sabe. Leyendas negras. Sólo sabemos que cada Navidad, cuando nos lo encontramos en el Arturo Soria Plaza, se para, da un abrazo y pregunta por la mujer, los hijos, los padres. Lo demás... ¿que más da?...
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